La antesala del ser y sus problemas

Cuadro titulado «La persistencia de la memoria» de Salvador Dalí (1931)

La antesala del ser y sus problemas

        Los estudiantes más jóvenes podrán llegar a entender lo que significa tener la presión del cambio en la espalda. Haber terminado una etapa larguísima de tu vida, para entrar a otra que tradicionalmente se espera que atravieses -y lo hagas como una persona más madura y consciente- no solo es pesado: es confuso. Como si fuera poco, se espera que lo hagas en una edad donde, si bien estás considerado como una persona capaz de elegir gobernante, no sabes cómo gobernarte a ti mismo.

        ¿Ya somos o estamos a punto de ser? Es la pregunta que marca una etapa inundada por la autoexigencia, la romantización de la productividad y la precariedad.

        Injusto, ¿no? Aun así, existimos personas que no tenemos opción. Personas que fueron moldeadas para elegir el “éxito” a cualquier costo, romantizando la productividad como medio para destacar. Entonces, como consecuencia evidente, vivimos atrapados en la constante ansiedad que provoca la escasez. No sabemos qué hacer, pero sabemos que no hay tiempo para hacerlo.

        Podríamos culpar a mil y una personas por la sensación de carencia que todo esto provoca: el gobierno, la sociedad, las reglas, el capitalismo y un largo etcétera que todo lector se podría imaginar. Incluso hay gente que, dentro de la precariedad, prefiere sentirse impulsada por su propia noción del éxito: aquellos que llaman a todo este peso, “motivación”. Y, en todo caso, es comprensible. Prácticamente toda la comunidad universitaria ha crecido bajo circunstancias similares, donde el éxito está basado en posesiones materiales y diplomas que otorgan títulos en un papel. Entonces, todos estamos mentalmente atrasados en el flujo de la vida porque no entendemos cómo pasar de ser adolescentes a adultos que piensan en dinero; sin embargo, estamos forzados a hacerlo. Unos más que otros, es cierto, aunque al final a todos nos empujan a ser.

        Cada uno de nosotros tiene una idea concreta sobre “ser alguien”, transformarse en alguien. Esta etapa, además, parece diseñada para cerrar un largo proceso de desarrollo y dar como resultado la persona que terminaremos siendo el resto de nuestra vida; ya sea por nuestro título, por nuestras virtudes adquiridas o por nuestros defectos que el tiempo terminó por acentuar. Solo nos queda claro que una vez todo esto se termine, dejaremos de ser personas con el privilegio de equivocarnos y justificarlo con la inexperiencia, pues se supone que es este periodo donde aprendes que la vida funciona de maneras determinadas y, si no tienes la energía, no podrás combatirlo.

        A los estudiantes más avanzados es a quienes, se supondría, les tendría que pesar más esta antesala, pues están frente a una puerta que no saben a dónde lleva. Y es aquí donde se vuelve importante la pregunta que planteaba en un inicio: ¿Ya soy? ¿Estoy listo? Porque lo que se viene después de esto se nos ilustró como una etapa de monotonía, y es la dichosa “estabilidad”, el premio de ser adulto. Es quizás por el miedo a envejecer o a dejar de divertirse, o quizás por las presiones de estar solo. Pero lo que yo propongo es que todos los que nos sentimos, aunque sea ínfimamente así, lo hacemos inconscientemente y a sabiendas de que creemos que el tiempo se nos acaba, aunque en realidad no se nos vaya a ningún lado.

        Es un tema generacional y es una de las “crisis del cambio” a la que los humanos nos enfrentamos por la manera en que vivimos y vemos el mundo. Por más leve que parezca, a veces ese sentimiento ansioso es colectivo y, de una u otra forma, todos nos sentimos así. Entonces, es importante recordar que no elegimos nacer en un mundo donde el tiempo parece más deuda que recurso, donde ser diferente es un lujo que no todos pueden pagar, por lo aplastante que es la emoción de ser juzgado. Sin embargo, tampoco podemos fingir que no lo vemos, que estamos de acuerdo o que todo está en orden.

        En efecto, nosotros no somos culpables de la estructura, pero sí responsables de cómo nos desempeñamos en ella y cómo elegimos usar nuestro conocimiento de causa para ser parte de un cambio. Al ver la puerta que lleva afuera de la antesala del ser, nos paralizamos; siquiera verla cerca es razón suficiente para querer apresurarlo todo y asegurarnos de estar listos al salir. Pero, a veces, hace falta recordar que todos tenemos la fuerza suficiente para detener estos empujones de los que hablo, que somos nosotros quienes deben abrir la puerta aún con la presión del reloj, con la confianza de que, a dónde lleve, podremos lidiar con ello.

        Creo que es tema de llegar a un acuerdo con el mismísimo Cronos, donde reconocemos que, si bien tiene un poder enorme sobre nosotros, vamos a permitir que nos lleve bajo nuestras condiciones. Tal vez “ser” no se trate de llegar a un punto fijo, sino de aprender a sostenerse en el tránsito e ir adaptándose a él. Tal vez esa puerta lleva al mismo lugar, pero una vez abierta, ya no da miedo.

Información del autor

Sidney Milan Guzmán Acosta, estudiante de Ingeniería de Software. Soy alguien que está aprendiendo a entenderse mientras navega entre expectativas, cambios y ganas de encontrar un rumbo propio sin dejar de cuestionarlo todo.

  • Instagram: @gzm4n_

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