
Consideraciones sobre el Amor y el Poder
José Reinoso
I. Introducción: Breve Incersión Conceptual
¿El opresor no es, acaso, la fiel representación del odio y el malestar social? ¿Y no es el culpable de la desmesurada miserabilidad de la humanidad? ¿No es este, acaso, el mismo discurso que connota animosidad contra el amanerado burgués que trata al oprimido con condescendencia? ¿O el esclavista que da jornal punitivo a sus súbditos? Tal afirmación es aceptada sin reproches por la mayoría de las facciones ideológicas de la sociedad. La cuestión se complica cuando se pervierte esta percepción y se invierte completamente. Con la razón como veedora, no concibo lógica alguna en la afirmación pasada, a saber: percibir al opresor como un fenómeno maligno.
Las relaciones de poder subyacen a la existencia, desde el árbol que es picoteado por el pájaro, hasta el lienzo que se ahoga en la tinta del pintor. El amor es, probablemente, la muestra más atrevida de estas relaciones. Estas dinámicas de poder desvelan un claro desequilibrio presente en cada atisbo de la realidad en la que nos vemos arrojados. Con la razón como herramienta, ese desequilibrio mutará en equilibrio.
Llamaré, para propósitos de este ensayo, desequilibrio a la relación de poder existente en la dinámica del amor; y equilibrio al resultante perfecto de esta relación de poder. El resultante perfecto propone una solución a la relación de opresión, solo aceptando la situación tanto del opresor como del oprimido, con el opresor realizando lo que, creo, es la mayor muestra de amor que el ser humano puede exigirse: mostrarse, ante el oprimido, como absoluto culpable del desequilibrio en la relación amorosa, y perpetuarse como tal. El opresor es el único que puede brindar los recursos al oprimido para desligarse del desequilibrio. El oprimido, en cambio, no puede exigirse el papel de engendrar el amor más puro, pues, este no es un ser consciente dentro de la relación. Lo ejemplificaré con un fragmento de la canción de Facundo Cabral (1970), No soy de aquí, ni soy de allá:
Elegir.
Yo siempre elijo, más que por mí, por mi hermano.
Y si he elegido ser águila, fue por amor al gusano.
[…]Doy la cara al enemigo, la espalda al buen comentario.
Porque el que acepta un halago empieza a ser dominado.
El hombre le hace caricias al caballo, pa’ montarlo.
Volveremos a este fragmento poético más adelante en el ensayo, que nos servirá como metáfora de la tesis propuesta.
II. Desarrollo: Observación Analítica sobre las Relaciones de Amor
1. Breve entendimiento sobre el opresor
La concepción moderna del término “opresor” debe su linaje a la teoría histórica de la lucha de clases, cuya popularidad se encuentra en los debates académicos del siglo XIX. El termino se expone en El manifiesto comunista, de Marx y Engels (2015), de la siguiente manera: “Toda la historia de la sociedad humana […] es una historia de lucha de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales, en una palabra, opresores y oprimidos” (p. 41).
Como es ampliamente conocido, las relaciones materiales son, para Marx y Engels, la causa primera de las querellas de la raza humana. Pero entrado el siglo XX, con la moda de las filosofías existencialistas, y a vísperas del posmodernismo, esta noción presenta una leve transformación: la dialéctica opresor y oprimido sufre una apertura hacia las relaciones sociales, culturales, afectivas, etc. El opresor, ya no se limita a la expropiación de tu tierra o la apropiación del fruto de tu trabajo; ahora ofende tu espíritu, damnifica tu alma, y te desgasta psicológicamente. Así, las relaciones de poder se han distorsionado, ampliado y cerrado en una nueva categoría.
Foucault nos traslada al nuevo juego de las relaciones bajo tres conceptos: el poder, el saber, y la verdad. En cuanto al poder, independientemente del debate de su posesión o su ejercer, nos interesa comprenderlo más como virtud del opresor que como unidad analítica. La virtud del poder es, más que otra cosa, la facultad de oprimir. En cuanto al saber, es la herramienta del opresor; son los discursos y prácticas que conforman conocimientos, donde el opresor tiende a una considerable agencia, a diferencia del oprimido. La segregación de lo que Foucault (2021) llamaría “saberes sometidos” (p. 217), es consecuencia de la hegemonía del saber. Ejercer poder contra un niño se nos hace sencillo, pues, nuestro saber ya conformado se percibe superior al de él, desde nuestra visión y la suya. Y sobre la verdad, entendida desde términos posmodernos, no es más que el metarrelato dominante que proviene de las herramientas de opresión —los saberes— bajo los sistemas de poder. Siendo así el caso, se concluye que el opresor es consciente del uso que le da a la verdad como herramienta de control, eso mismo le permite encontrarse a sí mismo por fuera de la verdad y no dentro de su conjunto, de la misma manera que el novelista es consciente de encontrarse fuera de su novela. El opresor, a diferencia del oprimido, no tiene ningún compromiso con la verdad, ninguna conexión trascendente ni liberadora; simplemente la utiliza.
2. Amor y enamoramiento: su real manifestación
Soy necio a concebir el enamoramiento de otra forma que no sea la de su fenómeno real. Quien desliga el concepto de enamoramiento del de reproducción, fácilmente se confundiría entre la forma y la idea, el cuerpo y el alma, la fruta y su semilla: el objeto y su fundamento. Y es que, justamente, la sensación del enamoramiento proviene de la reproducción y no al revés. El sentimiento pasional de los enamorados es la sensación más cercana y, por lo mismo, más pura de la eternidad; pero, de la eternidad, no hay fundamento alguno en el enamoramiento, más bien este se fundamenta de aquella. Eternidad ligada al espejismo de la raza humana, generación tras generación. En El amor, las mujeres y la muerte Schopenhauer (2000) afirma:
Todas las pasiones amorosas de la generación presente no son, pues, para la humanidad entera más que una meditatio compositionis generationis futurœ, e qua iterum pendent ennumerœ generationes [meditación sobre la composición de la generación futura, de la que dependen de nuevo innumerables generaciones]. (p. 10)
Aunque confundido entre amor y enamoramiento, Schopenhauer halló la causa primera de estos: la confluencia trascendental entre las generaciones futuras y las pasadas —la reproducción—, esa es la justificación material de la sensación de eternidad, y esta, a su vez, justifica el enamoramiento.
Ahora bien, conocemos la justificación de lo que humanamente se suele llamar “estar enamorado”, es hora de convocar lo que, creo, es su subversión: el amor.
El sujeto que ama trasciende la realidad, aunque no de manera literal; y a manos de la razón, logra su estado de conciencia propia, se acepta a sí mismo en el sentido antes dicho, a saber: “meditatio compositionis generationis futurœ, e qua iterum pendent ennumerœ generationes”. El sujeto que ama lo hace al más puro estilo del conatus spinozista (Spinoza, 1677), o de la eutaxia aristotélica (Aristóteles, s.f.). Termina transformando la pasión del enamoramiento —la eternidad— en un imperativo, bajo el gobierno de su razón y su conciencia; ya no siente eternidad, sino orden y reproducción. Y sin importar ya las pasiones que puedan o no surgir de la relación amorosa, el imperativo racional de amar las arroja a un segundo plano (esta idea se explicará más adelante).
En ese sentido, Fromm (2023), anqué a simple vista, contrario a Schopenhauer, demostró el punto de inflexión entre el enamoramiento y el amor, lo que de manera disruptiva los diferencia: el conocimiento (p. 19-48); esto es otra manera de referirse al saber de Foucault. Esta univocidad entre conocimiento y saber, junto con el marco filosófico de ambos conceptos, nos arroja la clave de lo que, creo, es el amor realmente existente.
3. Porque amar, implica conocimiento
El concepto de “saber” foucaultiano, al momento de transferirlo a las relaciones amorosas, encaja cual rompecabezas con el concepto de “conocimiento” de Fromm; solo otorgándole una facultad extra que Fromm nunca otorgó a su concepto: la facultad de oprimir.
Para Foucault, el saber es la herramienta discursiva más poderosa de opresión. Los conocimientos religiosos funcionaron de fundamento para la expulsión de los infieles en la cristiandad; los conocimientos psicológicos eran fundamento suficiente para categorizar de “enfermos” a los homosexuales en la década de los 60s; y así, un sinfín de ejemplos más. En este sentido, el saber implica poder.
En cambio, en Fromm, el conocimiento funciona como corolario: el simple hecho de ora saber, ora entender, ora comprender. Fromm parecería distanciarse de la noción foucaultiana en cuanto accede al marco del amor. En El arte de amar (Fromm, 2023) comienza reconociendo al amor como un arte, y como todo arte, este requiere de conocimiento (p. 13). Un hombre, ¿qué amor puede profesar sin conocer las pasiones, deseos, pensamientos, virtudes y defectos de su amada? En todo caso, profesa más su deseo inmaduro y egoísta que el amor por ella. He aquí la diferencia entre el niño enamorado e iluso que al idealizar a la persona amada no demuestra más que sus más profundos deseos desvinculados del otro; y el hombre que decide, conociendo toda virtud y defecto de su amada, amar.
Ahora bien, no creo que exista contradicción alguna entre el saber foucaultiano y el concepto de amor en Fromm. En todo caso, los dos representan las dos partes de la amalgama entre amor y poder de la que ya hablaba Sartre.
En A puerta cerrada, Sartre (1994) deja claro, al menos de manera metafórica, que el amor implica un sometimiento, una opresión, un poder. El error de Sartre es otorgar la facultad de amar al más débil de la relación; error en tanto que no tuvo en cuenta una de las necesidades que tiene el amor para considerarse tal: el conocimiento.
Aquí inicia la idea clímax de esta tesis. ¿Quién, en una relación de opresor y oprimido, conoce realmente?
El oprimido —el débil para Sartre— muere repetidamente en sus pasiones más intensas que carcomen su alma con duda. Donde la duda aparece, se ausenta el conocimiento. Trasladando esto a los conceptos foucaultianos, el oprimido no posee el saber, se ve sometido ante él. En cambio, el opresor posee saber, posee conocimiento; es el único, por la naturaleza de su contexto dialéctico, facultado para amar (no por esto ama necesariamente).
4. Sobre el desequilibrio y el equilibrio
Al inicio del presente ensayo planteé como desequilibrio a la relación “amorosa” desentendida de su propia relación dialéctica entre opresor y oprimido. La relación entre Estelle y Garcin en A puerta cerrada (Sartre, 1994) ejemplifica la naturaleza de esta relación. Estelle no ama a Garcin, y es consciente de ello; simplemente lo cosifica, y lo utiliza para satisfacer su deseo egoísta de validación. Garcin, por otro lado, percibe su deseo hacia Estelle como “amor”; pero su deseo no es más que una pasión puramente egoísta que busca absolución. Se observa en dicho ejemplo dos de las principales características de esta relación de “amor”, a saber: el opresor conoce al otro como cosa y no como persona; el oprimido, alienado, no ama, cree que ama. El desequilibrio se manifiesta cuando notamos el desnivel entre lo que pasa: se oprime y se es oprimido; y lo que los sujetos de la relación creen que pasa: “se es amado”. En el caso del opresor, este no ama, pero piensa que el otro lo ama; y en el caso del oprimido, este cree que ama y que el otro lo ama. La relación no puede ser de amor, pues, posee más alienación que conocimiento. El único “conocimiento” existente en el desequilibrio es el cosificador: cuando el opresor conoce al otro como cosa. En cuanto al conocimiento personal, tanto el opresor como el oprimido se encuentran alienados y reacios a percibir al otro como persona.
En cambio, el equilibrio dentro de una relación amorosa comprende una mutación en la perspectiva de los sujetos. El cambio de perspectiva se fundamenta en el tipo de conocimiento empleado por el opresor. Este pasa de cosificar al otro a conocerlo de manera personalista. Utilizar al otro para fines egoístas no equivale a, en su forma equilibrada, empatizar con él. El equilibrio es infinitamente preferible. El oprimido, en una relación de equilibrio, por la naturaleza de su contexto dialéctico, no tiene la facultad del conocimiento; por eso dependerá del opresor, como único ser plenamente consciente, que el desequilibrio mute en equilibrio.
Cuando el opresor comprende y empatiza con el oprimido, puede decirse que la perspectiva de la relación amorosa tiende a un equilibrio entre lo que se cree que pasa y lo que, en efecto, pasa: la aceptación del opresor como tal. Esta es la forma más pura de amor a la que el ser humano puede aspirar, dado que, el que ama, comprende y acepta. Decidiendo amar, que le queda al opresor más que aceptar que oprime al otro.
5. Amor en la perspectiva de opresor y oprimido
Corolario del Opresor:
- El opresor que “conoce” como cosa al otro, no ama; se encuentra alienado y en constante negación de su facultad opresiva.
- El opresor que conoce como persona al otro, posee en sus manos la decisión de amar. Como se postuló previamente, el amor requiere de un conocimiento personal.
Corolario del Oprimido:
- El oprimido, por su naturaleza dialéctica, no conoce, ni en la forma desequilibrada de amar, ni en la equilibrada. El oprimido no ama, no porque no quiera; no puede.
Como ya nos dijo Fromm (2023) en El arte de amar. El amor, como todo arte, requiere práctica para, posteriormente, demostrarse en hechos (p. 117-143). En ese sentido, Fromm usa el concepto de arte de una manera muy similar al concepto aristotélico de virtud (Aristóteles, 1999). En todo caso, el amor es un hábito operativo.
Es ya conocido que las dos virtudes en una relación de amor —el poder y el amar— son poseídas tan solo por el opresor. De manera que entendemos como el opresor ejerce el poder: oprimiendo; y se acepta opresor, pues, posee el conocimiento, el saber, algo indispensable para la facultad de amar. Ahora bien, ¿cómo ejerce el amor?
Es tiempo de volver al fragmento de la canción de Facundo Cabral (1970), No soy de aquí, ni soy de allá. Me permito repetir el fragmento:
Elegir.
Yo siempre elijo, más que por mí, por mi hermano.
Y si he elegido ser águila, fue por amor al gusano.
[…]Doy la cara al enemigo, la espalda al buen comentario.
Porque el que acepta un halago empieza a ser dominado.
El hombre le hace caricias al caballo, pa’ montarlo.
Cuando el opresor decide amar porque conoce la situación dialéctica en la que está inmerso, y al no poder, por ninguna vía existente, salir de ella, solo puede perpetuarse conscientemente en su posición opresora. Mostrarse cual águila ante el gusano, sin máscaras, tal y como es: el opresor. Esta posición tomada permitiría de manera más eficaz la liberación del oprimido, la rotura de sus cadenas. Aquí incumbe la segunda parte del fragmento de Cabral.
“El que acepta un halago empieza a ser dominado”, a tal conciencia debe llegar, necesariamente, el oprimido para liberarse de sus cadenas. El opresor no puede ofrecer herramienta alguna para esa rotura halagando, esto solo sería mantenerse como opresor en perpetuidad. La mayor muestra de amor sería la de un pleno arrepentimiento, el opresor debe dar las herramientas para que el oprimido acabe con él. Pero, como ya he dicho, el halago, el regalo o la reciprocidad, no pueden pertenecer a estas herramientas, dado que solo perpetuarían la relación de poder. La única herramienta que el opresor puede dar al oprimido, a manos de un verdadero amor, es la de mostrarse tal y como es: el ser que oprime. Así, se nos es revelada la deontología del opresor: presentarse como águila mientras percibe al oprimido como gusano; y el oprimido, como resultado de la situación dialéctica, pasará de ser caballo para convertirse en hombre.
III. Conclusión: El amor más puro, y el único
¿Cuál es el amor más puro? En busca de establecer un nuevo corolario para el concepto de amor, contestaré a esta cuestión de la manera más breve: El que conoce, ama; el que desviste la poética existencia, y la desnuda como descarnada realidad, ama; el que entiende su estado y lo perpetúa, en pos del bien ajeno, conllevando a que su vida se vea profundamente perjudicada, ama; el que dice que “ama”, no ama; en cambio, el que calla su amor, ama infinitamente. No hay amor más puro, ni ningún otro, que el que acabo de avocar.
Referencias Bibliográficas
Aristóteles. (1999). Ética a Nicómaco (Vol. I). Ediciones Folio.
Aristóteles. (s.f.). Política.
Cabral, F. (1970). No soy de aquí, ni soy de allá [Canción]. En Facundo Cabral en vivo. RCA Víctor.
Foucault, M. (2021). Microfísica del poder (p. 217). Siglo XXI.
Fromm, E. (2023). El arte de amar (pp. 13, 19-48, 117-143). Grandes Obras.
Marx, K., & Engels, F. (2015). El manifiesto comunista (p. 41). Centro Editor de Cultura.
Sartre, J.-P. (1944). A puerta cerrada. Losada.
Schopenhauer, A. (2000). El amor, las mujeres y la muerte (p. 10). El Aleph.
Spinoza, B. (1677). Ética demostrada según el orden geométrico.
Información del autor
Soy José Reinoso, estudiante de Ciencias Políticas de la UDLA y Subdirector de nexo. Este es un texto en el que trabajé bastante, pues es uno de los temas que más me han interesado toda la vida.
- Instagram: @reinosoteran
Profundo
Simplemente hermoso. “Esta es la forma más pura de amor a la que el ser humano puede aspirar, dado que, el que ama, comprende y acepta”. <3
Un poco relacionado también con esta idea de opresión es la promovida por el amor romántico, en el cual se reclama exclusividad pero es realmente el disfraz de la posesión, esta necesidad del ser humano de reafirmarse solo cuando puede poseer al otro. Sin querer buscar 3ros culpables, la culpa es del capitalismo, tardío y no tardío.
¿Algún día no seremos alienados (del amor)?
Que profundo escrito, nos deja mucho para pensar…